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04 Ago

Partamos del supuesto de que el Estado es una organización esencial para el buen gobierno de una nación. Aunque esencial no quiere decir imprescindible, ni siquiera necesario, al menos para los anarquistas. Pero si aceptamos esa hipótesis podemos plantear este silogismo:
a) los estados son los pilares de la nación.
b) los funcionarios –de cualquier administración– sirven a los estados.
c) luego, los funcionarios son los pilares de la nación.


Antes de discutir y rebatir, en su caso, este razonamiento, se podría llevar al terreno empírico; es decir, constatar los efectos que unas causas producen. Veamos. Si todos los funcionarios de un estado cualquiera se alzaran en huelga tan solo dos o tres jornadas seguidas –sin cubrir servicios mínimos, por supuesto– probaríamos la verdad o la equivocación de la conclusión alcanzada. Todo parece indicar que sería un suicidio político afrontar esta huelga y un quebranto para los ciudadanos, sin entrar en otras consideraciones.
–Chacho, ¿y ese josico?
La panza de Bertito chorreaba como una clepsidra. Eché un vistazo al agua turquesa, que se agitaba suavemente en un vaivén de dudas. En la playa no cabía un alfiler. No tenía que haber ido. Por suerte había pillado una palmera deshabitada. Poco tiempo. De inmediato, unos niños llegaron y atizaron la arena; con persistencia, igual que el viento en las dunas. Imposible que pararan.
Tampoco yo podía, aún tenía balas en la recámara. Seguí disparando.
Si esto es así, Bertito, cabe formularse la pregunta siguiente. ¿Por qué los gobiernos tratan tan despectivamente a los funcionarios? Los políticos no son nada sin ellos; en el funcionamiento normal de las instituciones serían nulos sin su apoyo. Los político van y vienen; y muchos –más de la cuenta–, permanecen, como si envidiaran el estatus de aquellos a quienes desairan. Los políticos, en su generalidad, son gestores públicos. Entendiendo por gestor (político) aquella persona que administra los recursos públicos (de todos los ciudadanos). Por tanto, suponiéndole a ese gestor sentido común y capacidad para dirigir un equipo –lo que se traduce en escuchar pacientemente a los funcionarios y decidir con fundamento, esencialmente– podemos afirmar que cualquier ciudadano que reúna esas dos cualidades será un eficiente político. Es decir, y felizmente, la inmensa mayoría. ¿Por qué, entonces, esa ansia por perpetuarse en el cargo? Vemos que no hay nadie imprescindible y la permanencia –más de uno o dos mandatos, tres si me apuras– suele generar desidia y prevaricación. En consecuencia, los funcionarios son los asesores adecuados y cualificados con los que cuenta el gestor político para desempeñar su cometido. ¿A qué buscar otros, cuando ya contamos con ellos?
–¡Salpica pa´llá, muchacho!
Damián llegó con una cerveza en la mano. Sudando, bajo un sombrero de paja. Se sentó en un esquina de la hamaca, rascándose la barbilla y mirando el malecón con ojillos de hurón desdentado.
Puede que sean discutibles las plantillas –de funcionarios¬– y otros factores pero no su importancia capital. Importancia que no suelen valorar los gobiernos; y si lo hacen, no se ven reflejadas en las decisiones que sobre sus retribuciones realizan y la tibia defensa de su valores ante una sociedad que critica, a veces, sin argumentos. Muchos se quejan del trabajo –del rendimiento– de los funcionarios , de sus "ventajas y horarios". Cuando el gobierno congela los salarios y suprime pagas extraordinarias, nadie levanta una mano para apoyarlos. La "crisis" no la aguantan todos por igual; muchos, incluso se benefician de ella, obteniendo beneficios o escamoteando su contribución al erario. Ya sabemos que nos gusta exigir a los demás pero reservándonos nuestro esfuerzo. Los funcionarios pueden cargan –y a veces, lo hacen– con los errores de los gestores políticos, errores que se producen, significativamente, por no escucharlos pacientemente. La función pública debe ser valorada y reconocida ¬–y censurada, si es menester– por los ciudadanos y recompensada adecuadamente por los gobernantes. Les va en ellos su gestión.
–¡Cámbate por las patas!
Eso es así. Pero aquí nadie arregla nada, Damián. Esto es una feria de estafadores y aprovechados. Un circo donde nadie se ríe, solo los malvados. Cada uno tira para un lado. ¿O, no Bertito?
–¡Agüita!
Analicemos lo siguiente, a tenor de las experiencias históricas.
Si asumimos como cierto que los grupos políticos conservadores –la "derecha", para entendernos– suelen gestionar o llevar a mejor puerto los asuntos económicos y financieros, ¿por qué no darles esas parcelas de poder? La derecha y el capital suelen maridar bastante bien, como se dice ahora. Ambos son prudentes y juegan sobre seguro.
–¡Cha, mano! Yo siempre con la derecha, que la izquierda ni para limpiarme el culo me sirve. ¡Je, je, je!
Y si a los de "izquierdas" se les da mejor los asuntos sociales, pues que sean ellos los que se encarguen. Si esperamos que los derechones rompan los convencionalismos nos salen escamas. Los progresistas no tienen tanto prejuicios; son radicales pero más decididos. Sin ellos la sociedad no colmaría todas las aspiraciones. Guillotinaron a un rey , ¿que te parece? Hay que contar con ellos.
–¡Ni jarto grifa!
Si eso es así, se podrían formar gobiernos, con gente de "derechas" y de "izquierdas", en porcentajes variados, según las circunstancias. Todo ello dando por sentado que ambas tendencias desean lo mejor para los ciudadanos y no solo para ellos o sus votantes. A cada uno según sus méritos y capacidades. Escogemos lo mejor de cada casa y todos contentos. Mutatis mutandis.
–¡Me quedé patinando!
Todos los partidos quieren imponer sus programas, hacernos lacayos de su forma de pensar. Y eso, si me apuráis, es la antítesis de la democracia.
–¡Chossss!
–¡Fuerte batata!
¿Por qué no, Bertito? ¿Por qué no llegar a esta situación? ¿No hay cordura suficiente para hacerlo? Los de la izquierda son como unos caballos fogosos y, a veces, desbocados; y los de la derecha, los jinetes. Si juntamos ambas capacidades, en vez de enfrentarlas, ganaremos la carrera. En definitiva, en vez de destriparse unos a otros, mejor afrontar los problemas juntos. ¿ Que dices, Damián?
–¿Tú vas a seguir?
Nos dicen que la democracia es libertad pero todos se pelean para que pensemos como ellos. Todos afirman poseer la verdad y que la razón les asiste. Esto no hay quien lo entienda: cuando hay dictadura se pelea por la democracia; cuando hay democracia, todos quieren mandar. El político, por definición, al querer imponer su criterio a los demás, se convierte en un dictador en potencia. No emplea argumentos lógicos sino falacias. Los políticos no valoran ni reconocen los aciertos del contrario; hacerlo sería como quitarse una muela sin anestesia. Todos vamos en la misma galera pero todos quieren capitanearla. Y la marinería, engañada; amarrada al duro banco; remando a latigazos, a medio rancho.
–Tú lo que necesitas es echarle un puñito a la baifa, mi niño.
Cierto. Y no era menos cierto que ya era hora de darse un chapuzón. Y de quitarme la arena que los desconsiderados chiquillos me habían lanzado para desahuciarme del sombrajo. Pero dos señoras de abultados vientres consiguieron repelerlos y hacerse con los saludables servicios de la palmera.

Eugenio F. Murias

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